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Publicado en la revista velocidadcrítica, nº 40, octubre 2002. Monterrey

Parasitosis.

¿Qué hace el arte en el mundo? Para empezar, no llega directamente al “mundo”, ese tan grande, sino a un entorno próximo –casi diría afectivo-, a un hábitat. Se desarrolla a media distancia entre lo asumido y la intención, entre el propósito y el depósito. Después, a través de un proceso de selección, puede llegar a extenderse a otros ámbitos.

Imagino, al igual que algunos autores, a los seres artísticos comportándose –habitando- como seres vivos: ambos existiendo en última instancia para su propia conservación, para mantenerse funcionando durante el mayor tiempo posible. Un ser vivo es sensible, y es por ello estético (aísthesis: sensación). La obra, a pesar de su artificialidad congénita, de ser arte-facto, no sobrevive como tal por mera permanencia, sino por una apertura que admita cada vez nuevos intercambios. No en balde el suceso artístico es un acto creativo a partir de otro acto creativo. Y así sucesivamente.

Para que consideremos un evento como arte, necesitamos el contexto dentro del cual adquiera ese sentido. Antiguamente existía sin diferenciarse de otras manifestaciones, que han evolucionado en esta parte del mundo hasta ser distintas las unas de las otras. Siendo una especie frágil, si lo extraemos de los discursos que lo sostienen como tal, el arte se extingue y se convierte en otra cosa. Por lo tanto, el evento artístico depende de los lugares donde sucede o donde irrumpe, de los medios donde se transmite o se contagia, de las personas con las que convive o cohabita. Depende, se nutre a expensas de sus tejidos, es parasitario. Es una presencia que, por vocación, intenta instalarse en las pequeñas fracturas de la inestabilidad, de lo enfermo (infirmus: lo no-firme, el cuerpo sin solidez ni lozanía). Desde luego, ningún arte ha ocupado nunca espacios centrales o protagónicos, esos terrenos corresponden al ejercicio del poder; más bien los ha revestido, se ha adaptado a los intersticios, ha sido rinconero. Habitante del sujeto portador, la debilidad o fortaleza de éste serían su debilidad y fortaleza. Simbiosis como estrategia de supervivencia.

De modo análogo a las enfermedades contagiosas de fácil diseminación, lo que socialmente es considerado arte propiciaría su confinamiento –pero nunca su eliminación- en pabellones monográficos donde ser atendido, creando un mundo propio en los márgenes del mundo activo y sano. Al encerrar lo que se estigmatiza se reafirma la convicción simbólica sobre el orden social, que sólo puede admitir ciertas dosis de heterodoxia, de insania, de arte, de sida. No nos engañemos, el arte “marginal”, el arte “contestatario”, la “contracultura”, serían impulsos de adaptación de una especie. El sujeto portador (parasitífero) puede sufrir modificaciones y no sólo asimilarlas, sino promoverlas: las vacunas contienen al antígeno, ya sea atenuado o muerto. Si imagináramos la muerte del parasitífero, tendríamos también que imaginar en consecuencia la muerte del parásito.

Sólo queda observar en cada caso de suceso artístico su grado de vitalidad (aísthesis, estética) y su grado de atenuación o muerte para devenir vacuna (anaisthesía, anestesia). A nuestra imagen y semejanza, vivir sería ir muriendo y morir sería consumar la vida.

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