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Publicado en el catálogo de la exposición de Javier Velasco en la Diputación de Huelva, 2006

Interludio mexicano.

El artista andaluz Javier Velasco llegó a un país que no tendría por qué resultarle del todo extraño, al menos al principio. Tuvo ocasión de acercarse a su cara más cruda y, una vez superada la impresión inicial, ha sabido descifrar algunas de sus contradicciones, mientras ha tejido su propia red de relaciones afectivas, intelectuales y artísticas. Ahora está ligado a ese país, y su obra reciente da cuenta de ello.

Javier sabe asomarse a los rincones donde se alojan juntas la intimidad y las normas no escritas (esas que asumimos fingiendo que no nos damos cuenta). Una vez allí, levanta suavemente el velo, expone la paradoja. Parece que su punto de partida fuera constantemente la piel: construida, cartografiada, agredida. La piel, una puerta, un vehículo de sensaciones y por tanto de sentido. México tiene su piel, con sus pliegues. Allá va Javier. Se enfrenta al miedo -irracional, como no puede ser de otra manera-, a la costumbre -dogmática-, a los íconos -¿incuestionables?-, a demagogias. ¿Hace falta recordar que esta ruta no puede ser transitada sin la compañía de la contradicción?

Llegó por primera vez al Distrito Federal invitado a una exposición. En ella, sin haberlo planeado, pudo montar una instalación que no había tenido anterior oportunidad de desplegar con todo su sentido. Y a partir de entonces se han infiltrado en su trabajo códigos, imágenes y personajes que caracterizan a una ciudad tan seductora como voraz. Una historieta (o cómic) gubernamental convertida en aria de ópera es el mejor ejemplo de cómo estas piezas abordan el juego permanente entre capas sociales, discursos públicos, acciones individuales y prejuicios. En "Opera para migrantes mexicanos", un tenor canta el texto del libelo publicado por el gobierno mexicano con recomendaciones para cruzar la frontera y no morir en el intento. Nuevos matices para una situación muy compleja, que permiten intuir ese rincón de piel al que no todos dirigíamos la vista.

Desde primera hora empieza a bullir la ciudad de México, marca sus ritmos sin detenerse hasta el día siguiente. El momento de luz tenue que une madrugada y alba, justo antes de que abra la farmacia, es idóneo para descubrir personajes casi despojados de su disfraz nocturno, su realidad apenas camuflada. Conforme avanza el día son sustituidos por una multitud que se convierte en anécdotas personales dependiendo del punto de vista que adoptemos: en el andén del metro, frente a un escaparate, dentro de un bolso. Sumemos ahora infinidad de gritos, mezclas irreconocibles de imágenes sacras y profanas, olores de los que cuesta desprenderse y muchos, muchos coches en la calle. Entre esa profusión, al interior de esa piel repleta de marcas y arrugas, Javier se asombra y nos retrata. Detrás de tantos brillos y reflejos es capaz de encontrar la más oscura obsidiana.

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