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Publicado en La maldita felicidad, David Israel, Casa Velázquez, Madrid 2006

Avance y respiro, o la maldita felicidad de David Israel.

Escribo sobre un conjunto de obras muy rojas. Y para ello, en lugar de ceñirme a un guión de ideas, he preferido escarbar usando la intuición como herramienta. Es decir que formulo los argumentos básandome en el sentido de la orientación, sin seguir una ruta preestablecida. Lo considero un método adecuado, pues constituye un intento de sintonía con la sensibilidad y la gestualidad de David Israel. Durante la “excavación” han surgido salidas falsas, posibles líneas argumentales que parecen no llevar a ningún sitio. Estas salidas tienen un carácter básicamente mental, y han terminado por ceder paso a una aproximación un poco más orgánica, que quiere estár más cerca del tórax y menos del cerebro.

Primera salida falsa: la historia del arte.
Ante esta serie de encarnadas piezas se puede recordar, digamos, a Lucio Fontana. Ahí están sus superficies cortadas y perforadas (concepti spaziali), el uso de cristal de Murano en los años cincuenta y ambientaciones a base de luz negra en los años sesenta. Entonces podríamos establecer un paralelismo fácil con el cristal de La Granja y con el uso de luz fluorescente. Sencillo ¿verdad?, aunque poco fructífero. Acto seguido, ¿por qué no recurrir a la color field painting? En concreto, la similitud de ciertas formas utilizadas por Morris Louis y Kenneth Noland, el uso del color próximo a veces a Mark Rothko y hasta el gesto sencillo de Cy Twombly. Pero me parece que Israel ha tenido muy poco en cuenta a estos autores. él proviene de una tradición de artistas españoles que, en todo caso, tampoco explicará su trabajo. Ya puestos a sucumbir ante las tentaciones, pienso en la manera de acercarse al material que tienen Richard Serra o el arte póvera, presentes más de una vez en nuestras conversaciones. Mejor no seguir por aquí.

Segunda salida falsa: la biografía.
Se da el hecho de que conozco anécdotas y detalles de la vida de David Israel: somos amigos, aunque nos conocimos por razones profesionales. Ambos estamos muy vinculados a nuestros dos países de origen, estoy al tanto de sus viajes y hasta he visitado los lugares donde creció. Pero esta información no es necesaria para acercarse a la obra de ningún autor, a veces incluso actúa como una interferencia que desenfoca nuestra percepción del trabajo. No dejemos que eso pase, lo importante aquí son las obras. Baste decir que este artista no olvida nunca lo que es, porque está evolucionando con toda conciencia.

Un respiro. Volvamos a escarbar.

Material duro. Material tacto. Nada tan compacto como para no poder colarse por los entresijos. Caricia intensa se torna rasguño. ¿Felicidad? Sí, pero con su otra cara, como siempre. Hay que seguir, aún ante la dureza; el avance como único acto verdaderamente vital. El avance es una sucesión de puntos de partida, paradójicamente, un retorno continuo a los referentes. Haciendo gala de disciplina, Israel no olvida el origen en su permanente intención de desarrollarlo, convertir ese primer punto en vector. Es una forma creativa de no olvidar, pero no para retener algo o convocar sólo a la memoria, sino para reelaborar su materia. Respirar. Respirar permite vivir, inhalar y exhalar, llenar para poder vaciar. Avanzar es vaciarse, las obras son exhalaciones. Dice Israel que viaja para recolectar lo que luego vierte en su trabajo, mientras subraya en un libro de María Zambrano: “Al pensar se hace un vacío” de tiempo.

¿Cómo pasar por alto la actividad física involucrada en estas piezas? Los brazos bailan con la herramienta, dibujan humores, intimidad, desapego. El rojo es una temperatura. Acción, movimiento, improvisación. Más que un plan, lo que existe son unas condiciones sobre las cuales volcarse. Se puede retroceder, tomar impulso y de nuevo atacar la obra. Incluso la acumulación permite desplegar un ritmo, un trance que suspende el razonamiento, acto puro. Pensar y actuar son otras formas sucesivas de garantizar esa continuidad y esa evolución.

Sobreviene el cansancio: pausa.

El color, como expresión de la luz, funciona aquí gracias a la sombra. Un rojo tan uniforme que cobra sentido cuando se enfrenta con la oscuridad –más que con el espacio en blanco-, entonces da un salto, es más color aún. Y la sombra más silencio. La obra está entonces en su negación, en su vacío, en el agujero. Una vez más, es la exhalación la que permite aspirar de nuevo. Con los recipientes sucede algo parecido, todos ellos guardan una tensión en la espera a ser llenados. Mientras tanto circula el aire, entrando y saliendo como en nariz y boca. Igualmente penetra la luz si el recipiente es de vidrio (un guiño a la primera salida falsa: grandes vidrios, aire de París), y entendemos la luz verdaderamente cuando se desvía o se oculta.

También las formas son orgánicas. Lo son en dos sentidos: como representación (trazos curvos en concavidades y convexidades simultáneas, casi sexuales) y como rastro (huella de un gesto, una actividad muscular). Van desde los recorridos oscilantes hasta la insistencia en un solo punto. Avance y origen. El contraste lo establecen herramientas y soportes industriales encontrados, con su dosis de frialdad mecánica. Emotividad y entusiasmo, sensibilidad y esfuerzo. Maldita felicidad es el título, denotando un sentido del humor que tambén encaja en esa voluntad de transformación, pues este artista respeta profundamente la tradición a la que pertenece, permitiéndose al mismo tiempo no tomarla excesivamente en serio. Ramón Gómez de la Serna, también subrayado por Israel, aconseja: “No dejéis reposar mucho tiempo lo hecho, no queráis hacerlo definitivo. Caso de que mereciera ser lo definitivo romperlo intermitentemente para volverlo a crear. Pero romperlo, revolucionarlo, removerlo, para que no se vicie.”

¿Esta también es una salida falsa? Podría ser, respiremos.

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